jueves, 19 de marzo de 2009

Radar está dando mucho más de lo que parecía que iba a dar, y nos había prometido mucho.

No había tenido tiempo de reseñar nada más, pero nadie se puede quejar, Bob está haciendo un trabajo impecable e insuperable. Además hemos estado juntos en todos los conciertos junto con Pau y entonces lo que dice Bob nos empapa de su sabiduría y amor y lo que digamos nosotros tendrá que parecerse un poco a lo que él nos diga (quienes no saben quién es Bob, es el sujeto que escribe la mayor parte de lo que hay en este bonito blog), en fin, voy a hacer unos apuntes acá y espero que se animen a ir a lo que falta de Radar, que se está poniendo buenísimo.

Les Percussions de Strasbourg


Me prometieron que era el evento cultural del año, creo que lo fue, a pesar de lo arriesgado que es hacer una aseveración así. En Radar uno va a ver y a escuchar artistas interpretando piezas que, al menos en México, son irrepetibles. Aunque el director Jean-Paul Bernard, dijo que volverían a tocar la pieza, Le noir de l’etoile de Grisey, si los invitan otra vez. Deberíamos.

Para empezar, no creí que fuera tanta gente, no sólo porque Radiohead tocó al mismo tiempo, sino porque los conciertos de música contemporánea no suelen congregar a tanta gente, y según las cifras que dió la organización, fuimos más de 3 500 personas. No importa saber por qué, pero la gente estaba allí. Estábamos advertidos, la construcción musical planeaba hacerse alrededor del público, pero sólo unos cuántos cupimos adentro del círculo que formaban los 6 percusionistas.

Le noir de l’etoile (lo negro de la noche), se trata de escuchar a las estrellas muriendo, se trata de espacios, se trata de nosotros espectadores, del silencio. Pero el silencio es muy difícil de alcanzar, justo al comenzar la obra un montón de grillos se escuchaban en los alrededores, todos estábamos concentrados en no hacer ruido, y un montón de grillos comienzan con sus rituales de apareamiento...

La obra empieza despacio y a un volumen casi imperceptible, la construcción del sonido alrededor del espectador es aprovechar las distancias para que el sonido y el silencio se deconstruya conforme va viajando, alejándose, acercándose.

El sonido de los pulsares, sin modificación alguna están allí para definir el tiempo en que la obra será tocada, para intervenir como directores invitados que hacen que la obra sea única en el momento en que es interpretada. Pero la analogía del espacio, el espacio escultórico y la construción espacial del sonido no fue gratuita. Parece que hoy, cuando tener un home theater es indispensable para todos los amantes del cine y la buena música, todos deberían entender esa espacialidad del sonido. Estamos acostumbrados al cuadrafónico y a los 5.1 canales en el cine (el sonido envolvente que viene por todos lados para ser más realista), pero una obra que trata precisamente de la espacialidad del sonido, lo desmenuza y sumerge a quienes están escuchando, en una experiencia única, donde tuvimos la oportunidad de viviir un círculo, de vivr la perspectiva, el espacio, el espacio, el sonido, y rehacer nuestra concepción de todo ello. Ojalá los vuelvan a invitar, nadie debe perderse una vivencia de tal magnitud

Court-Circuit Ensemble


De las dos presentaciones del Ensamble Court-Circuit se puede hablar muchísimo, el sonido, en cada pieza, jugó distintos papeles, y el espectador tuvo que dar muchísimo en ambos recitales para no perder detalle.

El primer programa, conformado por 5 piezas para solistas, dio muchísimo, era un programa que parecía difícil por la diferencia en la intención de cada obra, pero que continuó con lo que habíamos visto un día antes de Grisey, y que se amplió con las piezas de Murail y de Hurel.

Abrió con Prologue, que nos abrió a todos los oídos, la viola daba todo de sí, en círculos, para regresar casi al mismo punto en períodos cortísimos de tiempo, un tema que se repetía pero que no volvía jamás al mismo lugar, hacía que cada que el sonido se modificaba una pizca, el espacio se abriera un poco más. Un tema que nunca se repite, como un deja-vú que va desgastándose (o fortaleciéndose) conforme la obra va avanzando. Una pieza que mezcla la emoción con la textura, el espectro que va abriéndose, y que logra, al final que hasta la luz sea distinta.

Charme, para clarinete, no trató tanto de sonidos o silencios, de ciclos o de armonías... fue una obra de contrastes, crecer y destruirse, gritar y callarse, brillar y apagarse, la búsqueda del silencio que no se da, porque el de adelante se rasca, al de atrás le suena la alarma del reloj... los ruidos de la calle, pero el sonido que sí llega a completarse porque el caos en un brinco de una a otra nota, descomponen ese silencio imperfecto y se vuelve una pieza encantadora.

La pieza de Murail para viola (C'est un jardin secret, ma souer, ma fiancée, une source scellée, una fontaine close...) es una pieza que sube y baja, donde el violista casi nunca deja de tocar, donde el sonido y cómo puede extenderse sobre sí mismo como una liga y casi romperse para volver a encogerse son los principales protagonistas. Mucha tensión y energía que nos prepararon para un despliegue de poder en la pieza para chelo de Hurel: D'un trait, que fue sin duda el momento más conmovedor de todo el recital. El violonchelo explorado en un sin fin de posibilidades sonoras, en cuanto a timbre volumen, armonía, espacio, tiempo. Una obra completa, donde toda clase de ruidos-sonidos, se encontraron para encontrar una fuerza, violencia que al final fue liberadora.

Las últimas piezas, Anubis y Nout, fueron aún más poderosas que la anterior, pero un poco más solemnes y quizá más sobrias, aunque el contraste en este caso se dió de una pieza a la otra, mientras en la primera los tonos más graves sonaban poco tiempo y alternaban con largos períodos de notas altas y largas, en la segunda parte los gravísimos sonidos llenaban la sala y los brillos de las notas altas apenas aparecían para contrastar, para dejar una reminiscencia de lo que había sido. Quizá como metáfora de la muerte, de la noche, de un final. Fue un concierto de los que dejan la satisfacción de haber estado en el lugar correcto en el momento correcto. Nunca había escuchado ninguna de esta piezas en vivo y la manera en cómo se trabaja con el instrumento y se le explota al máxximo para salirse del instrumento mismo, la capacidad del sonido para estirarse, el tiempo, todo se vive de una forma maravillosa cuando el intérprete está a unos cuantos metros.

Las tres piezas que tocaron en la sala nezahualcóyotl fueron un viaje a otro mundo.

La primera, Talea, de Grisey, que quizá debieron haber programado al final, no es una pieza tan emotiva como la última que tocaron: Vortex Temporum, que fue la pieza que a todo el mundo dejó un buen sabor de boca y una satisfacción al salir de la sala.

Talea es una obra de tiempo, de espacio (otra vez), en donde el contraste del piano con los otros instrumentos y la opacidad que se logra al juntar la flauta y el violín, hacen que el espectador se centre en lo temporal y en cómo se va desartrolando la obra por pasajes insospechados. es una obra impredecible que dura más de lo que dura en realidad, aquí se vuelve a construír en el espacio con el sonido, pero no por la isposición del público o de los instrumentos, sino por las tonalidades y microtonalidades contrastadas, comparadas.

La Barque Mistique, de Murail juega con el espacio un poco a la manera de Le noir de l’etoile, el sonido circula, cada intrumento le pasa la batuta al otro, el sonido no cesa de girar, de crecer, de moverse. En esta pieza el sonido alcanza profundidades giigantes, quizá el espectro más amplio en armonía. El piano juega una parte fundamental cuando con las notas más graves se aleja del violín, de la flauta, del clarinete, para irse detrás de nosotros y volver con destellos pequeñitos pero constantes, notas altas que bailan alrededro de las demás.

Vortex Temporum es emoción pura, la exploración del sonido pierde un poco perspectivas, y apesar de que en cuanto a juego de volúmenes e intensidades la obra es riquísima, las armonías (ricas sí que lo son) se vuelven más amenas, nos llevan ya no tan lejos, no a lo inexplorado, sino a donde queremos ir. Una pieza para escucharse en vivo, es una pena que tan pocas personas hayan asistido, porque todos salieron contentos y celebrando el maravilloso final de la pieza, donde la flauta y el piano jugan a corretearse, a brillar, a alzarse se quedan por allí en algún lado, encendidos, hasta que uno deja de contener la respiración y empieza el aplauso.

Anderson Bennink Cohen Ribot

De ellos no hay mucho qué decir. Nunca habían tocado juntos y pareciera que se conocían de toda la vida. Greg Cohen siguiendo a Bennink frenéticamente para todos lados, Ribot ayudándose de Cohen para interpretar el pasaje a donde debían ir.

Hubo momentos de verdadera libertad y hubo momentos de puro jazz, pero ellos 4 de verdad se ve que lo disfrutan, tanto que después de irse por segunda vez, volvieron para cerrar con Ayler, para regocijo de quienes fueron a verlos esperando jazz y nada más.

El momento favorito de todos fue cuando Bennink se tiró al suelo y ayudándose de sus zapatos y los atriles de los micrófonos, se puso a tocar directo sobre el escenario, con unos dulcísimos golpeteos de baqueta contra madera y metal que perdieron toda la timidez y llenaron el teatro de la ciudad de ritmo.

Anderson y Cohen contrastaron en el trombón y el contrabajo, maestros los dos de momentos inolvidables, Anderson con secuencias que se salían a veces de lo jazzístico por kilómtros y a veces, quizá por el color de su trombón, era quien nos recordaba que era jazz una parte de lo que estaba sucediendo en el escenario. Pero el contraste que brilló, como siempre, fue Ribot. Hay quienes creen que no puede integrarse o seguir a los otros músicos, pero hoy demostró que con un par de guías rítmicos como Hann y Greg, puede ir a donde se le de la gana sin perderse, pero que también puede gritonear, correr y lucirse sin que tengan que ir por él.

El protagonismo de la guitarra se perdió, a ratos, sin que eso signifique que Ribor lo estaba haciendo mal, los cuatro se respetaban lo suficiente, pero no se tuvieron miedo, Bennink demostró que todas sus excentricidades están justificadas, que la batería es mucho más rica de lo que parece y hubo momentos en que las melodías que salían de la batería eran tan ricas que parecía que Alan Dawson había resucitado en un viejecillo blanco, de cabellos plateados con gran carisma y sentido del humor.

Amé ver a Cohen en vivo, su técnica impecable, su paciencia, y su poder para marcarlo todo a su ritmo y para seguir cuando es necesario lo hacen grandísimo.


No puedo esperar a todo lo que falta.

Mañana Abarchi, Galarreta y la Orquesta Silenciosa arrancan la electrónica experimental. Ya vimos a Ambarchi cumplir con Sunn O))) y formar parte de un noise pesadísimo, ahora le toca hacer lo suyo solo. Galarreta representado a Perú y a toda la gran escena de ruidistas que hay por allá y la Orquesta Silenciosa que promete llevarnos a otro mundo (uno más, como hizo Sun O))) ) improvisando, ambientando, ruideando.

No se lo pierdan, no sean burros.

Oren Ambarchi, La Orquesta Silenciosa y Christian Galarreta

Palacio de Medicina

Jueves 19 de Marzo 21:00 hrs. // $200.






1 comentarios:

Dolor de Caballo dijo...

Felicidades a Sirako por la atinada traducción de lo que atestiguamos ayer por la noche en el Teatro de la Ciudad, quedé gratamente sorprendido considerando que soy bastante reticente al jazz.

Disfruté mucho los engarces y diálogos entre Ribot y Anderson, quien por cierto tiene una fuerza interpretativa que es casi de gimnasta olímpico, ¡qué barbaro!.

Lo mejor para mi fueron los pasajes sonoros que rompieron con lo que uno tradicionalmente espera de un jamming y ¿qué tal Fly me to Moon colada al final del set?

¡Gracias a Radar por existir!

Nos veremos pronto con la "enfermera herida".