lunes, 22 de marzo de 2010

Tras un festival memorable, Radar cerró sus actividades ayer



Ayer, con la quinta y última presentación del proyecto Huey Mecatl en Ciudad Universitaria en un lleno total (al grado que tuvo que abrirse una media presentación extra), Radar clausuró sus actividades dentro del fmx Festival de México. Para todos los que asistimos, Radar fue memorable este año, hubo toda clase de momentos: la abrasión del sonido de Huey Mecatl, la insistencia insana de Tony Conrad y su violín, el taladro sonoro que resultó ser Charles Gayle, el espacio nuevo y abrumador que de repente creo Metamkine, la avalancha de sonidos que quién sabe de dónde provocaron Burkhard Stangl y Angélica Castelló, el vaudeville que resultó la presentación de Wilhelm Bruck y Theodor Ross, la presencia entrañable de Eva Zöllner, las atmósferas electrónicas de Jorge Haro, el performance fuera de control de Fat Mariachi, la brutal contundencia de KK Null y lo simplemente indescriptible que fue Boredoms.


¡Ahora les toca a ustedes, queremos saber qué les pareció; dígannos qué fue lo que más les gustó de Radar, qué evento cumplió o no sus expectativas, qué aspectos sugieren para futuras presentaciones y qué artistas les gustaría ver en Radar 10!


Pero esto no ha terminado del todo. Estén pendientes de este blog, así como del Twitter y el Facebook de Radar para enterarse de posibles actualizaciones (videos, fotografías, noticias). Si subieron videos o fotografías de los conciertos que quieran compartir, manden sus links a este blog.



¡Seguimos en contacto!

domingo, 21 de marzo de 2010

No tienes ni idea, en serio, ni siquiera algo cercano a una idea de lo que fue Boredoms en el Lunario

Que Boredoms, KK Null y Fat Mariachi fue el evento más ansiado de todo Radar no es noticia, incluso que era de los eventos más importantes de todo el Festival de México y que toda la comunidad asidua de la música experimental iba a estar allí o que iba a ser un lleno total, todo eso ya se sabía mucho antes. Pero, simplemente, nadie sabía a ciencia cierta lo que iba a pasar, nadie sabía cómo es que todo lo que se dijo de los artistas que se iban a presentar se iba a materializar en un acto en el escenario, y nadie sabía de la variedad que nos esperaba. La gente que compró su boleto esperó mucho, y no sólo nadie se iba a decepcionar, sino que nadie iba a saber cómo reaccionar ante una descarga tan enorme y tan diversa de propuestas como las que se sucedieron hace unas horas en el Lunario.




En un espacio de menos de cinco metros cuadrados, y con más props e instrumentos que los que podían manejar, Fat Mariachi soltó un performance tan extravagante que parecía que el público nunca se iba a animar a seguirles la corriente. Kai Kraatz, Daniel Lara y Carlos González llegaron, se plantaron en una esquina del escenario y le dieron serenata a aquellos que se atrevieron a acercárseles. Kraatz entró y le pidió a un miembro del público que le ayudara a manipular una especie de caja de ritmos que generaba un ulular sobre el que los mariachis tocaban, pero cuando notó que no tocaba al mismo ritmo que ellos (y luego de reprenderlo diciéndole “¡Hey, tú también!”) se lo dio a alguien más. Daniel Lara hizo gala de todo su armamento de juguetes y cachivaches sacados de la mente de un niño genio hiperactivo, haciendo ruidos con una especie de teclado hecho con Lego y una palanca de maquinitas. Kraatz cambiaba de bajo a guitarra a bajo a guitarra otra vez por tantas veces que nada parecía tenerlo contento. Fue entonces cuando Fat Mariachi decidió cantar una canción en la que escenificaba una trágica historia de amor entre un cerdo y una piña. Así, Kraatz, con máscara de cerdo hecha a mano, le cantaba a una piña de papel como de fiesta infantil, que gritaba y rogaba por el amor del cerdo en una voz en off, al tiempo que, Daniel Lara, con delantal de carnicero, se dedicaba a hacer pedazos a la piña y de paso al cerdo, mientras Carlos González repartía cilantro a manojos para el público, todo esto para llegar al momento cumbre de la noche, en que Lara destruiría también la tabla sobre la que asesinó a la pareja protagonista. Cabe decir que la tabla era una laptop Mac, misma que, una vez hecha pedazos, fue repartida entre el público como si se tratara de una iniciación un culto satánico (¿qué cosa hay más satánica que alguien que destruye una Mac vestido de mariachi con ruido como fondo?). Daniel Lara se lució, por cierto, regalando también el mandil del sacrificio. Posteriormente, una mariachi güera entró para provocar al público, arremetiendo con un poco patriótico “¡Viva México Cabrones!” a un público que palidecía en comparación. Tras cerrar con algo que parecía una balada a gritos, Fat Mariachi, habiendo quemado absolutamente todas sus naves en menos de treinta minutos, se salió del escenario sin llevarse nada, dejando la primera fila hecha un desastre de circuitos, pedazos de piña de papel y cilantro.

Kazuyuki Kishino, también conocido como KK Null, tuvo en sus manos al público durante todo el tiempo que tocó, a quien bombardeó con sonidos sumamente duros, otros más espaciados, loops que marcaban ritmos que encendían al público de golpe. Null desplegó todo su arsenal, absolutamente todo, y cualquier sonido que generaba era seguido con atención por el público. Una cosa a notar de Null es que era muy difícil seguirle la pista, todos los sonidos que procesaba iban y venían y uno tenía que estar al tanto. Ya de por sí es muy difícil seguir con detenimiento un disco de KK Null, pues a su trabajo hay que agregar el refinado proceso de producción, y en este caso las cosas no se hacían más sencillas. Null se presentó como un bloque muy duro y muy sólido imposible traspasar, y uno, desde el nivel del público, tenía que ver cómo este bloque iba pasando por diferentes fases, haciéndose todavía más fuerte. Y mientras Null se engrandecía, se iba haciendo más y más grande, el público veía como este monstruo de la música iba llenando más y más el Lunario con una marejada de sonido perfectamente nítido, que en su limpieza ponía una verdadera prueba de fuego a los asistentes, que no pensaron, con muchos discos y videos que hayan podido ver de KK Null, que esta avalancha de cambios de sonido, ritmos, volumen y gritos pudieran ser tan avasallantes. KK Null nubló el ambiente de todo el Lunario, lo lleno de sonido, lo movió con sonido, hizo flotar y fluir al público, lo paralizó, le inyectó energía a borbotones y luego le obligó a detener el flujo. Así como Null hacía una serie de decisiones tan enérgicas en su presentación, manipulando el sonido, el público era movido por Null al mismo tiempo. Detrás de su mesa, con tan sólo dispositivos electrónicos y un micrófono, Null manejó a todo el Lunario, con algunos movimientos de manos y perillas, y cuando terminó dejó que todo se fuera apagando casi por sí sólo, para así retirarse en medio de una ovación gigantesca, pero lo mejor todavía estaba por venir, y nadie sabía de qué iba a tratarse.

Piensen en los discos de Boredoms que han escuchado, en los videos de Youtube que han visto, con mejor o peor definición de imagen y sonido, piensen en lo que han leído sobre aquellos proyectos un poco más difíciles de absorber vía video o mp3, como el proyecto Boadrum, piensen en la presentación de Yamataka en Radar en el 2008, piensen en todos los rumores que circulan acerca de la dinámica de esta banda en el escenario, piensen en lo que debe ser una presentación de Boredoms a juzgar tan sólo por lo que pueden hacer sus integrantes en solitario, piensen en todas las reseñas de conciertos de Boredoms que han leído en internet, tomen todo lo bueno que saben o han escuchado de ellos, multiplíquenlo todas las veces que crean necesario y no van a estar ni siquiera cerca de lo que fue la experiencia de Boredoms en el Lunario del Auditorio Nacional. Ni siquiera los que estuvimos ahí tenemos mucha idea de lo que realmente ocurrió. Boredoms, una de las bandas más solicitadas de Radar desde que se comenzó a traer artistas de avant-rock (Fantômas, Thurston Moore, Melt Banana), fue una experiencia tan abrumadora, tan físicamente demandante, que incluso escribir al respecto parece fútil. Cuando Yamataka Eye, Yoshimi P-We, Hisham y Butchy salieron al escenario, nadie sospechaba lo que se venía. Empezando con Yamataka tocando las Sevenas, que son un par de guitarras de siete cuellos (una de ellas de Telecaster) que se tocan como instrumentos de percusión, los tres bateristas empezaron un golpeteo brutal, pero quedaba una batería libre, demasiado lejos de la zona de acción de Yamataka como para que fuera suya, fue entonces cuando, por un extremo detrás del Lunario, entró Yojiro Tatekawa, tocando la batería ¡sobre una tarima cargada por cuatro personas!, que dio vueltas entre el público hasta quedar frente a Eye, con quien intercambiaba palabras a gritos mientras tocaba la batería fuerte, rápido, como a zancadas. Entonces, una vez cerca del escenario, Yojiro saltó y se incorporó al círculo de cuatro baterías que seguiría, por no menos de dos horas, las instrucciones de Yamataka, las cuales daba a través de los palos con los que tocaba la sevena (verde para tocar y naranja para marcar cambios), mediante movimientos de las manos, todo el cuerpo. Esto es lo más claro de lo que puede decirse que hizo Boredoms en el escenario durante el enorme rato que tocaron. Dentro de todo eso, quienes se lo hayan perdido (literalmente, perdido), tendrán que usar la imaginación mezclando a cuatro bateristas a los que los adjetivos les quedaron cortos, una serie de gritos, chillidos, canto, coros (tanto de Yamataka como de Yoshimi P-We), guitarrazos, saltos, cambios de ritmo súbitos, mucho procesamiento electrónico de voz y efectos pero sobre todo, una sincronización per-fec-ta, todo esto, repito, por no menos de dos horas. El sonido de Boredoms fue tan perfecto que había momentos, tras horas de estar moviendo la cabeza, el cuello o las piernas, en que uno simplemente se quedaba inmóvil. Tras salir a tocar un encore, su sonido fue mucho más delicado y sutil, en donde las baquetas se cambiaron por unas más suaves, en el que se tocó sobre una base sonora que simulaba lluvia, en el que los platillos apenas se sugerían. En todos los conciertos de avant-rock de Radar en los que he estado, pienso en la gente armándole bronca a Melt Banana, al público convertido en ola cuando Thurston Moore reclamaba a alguien para ser lanzado a la batería de Wiliam Winant, a un coro de fanáticos enloquecidos de Mike Patton y créanme, en serio, créanme, nadie ha armado lo que armó Boredoms hace unas cuantas horas, nadie ha hecho a la gene gritar como gritó, saltar como saltó, emocionarse tantas veces como lo hicieron a través de todas las pausas y cambios de ritmo. En todo este párrafo realmente no he dicho gran cosa, y si hay que resumir la presentación de Boredoms dentro de Radar, con todas las reservas, creo que podría definirse como “algo que, definitivamente, no va a volver a pasar”, y quienes estuvieron allí, lo saben.



Y para la clausura de Radar, Huey Mecatl se presenta por quinta y última vez en Ciudad Universitaria, así que quienes se lo hayan perdido, quienes no hayan podido entrar o simplemente para quienes no se hayan decidido aún, es la última oportunidad de experimentar uno de los proyectos sonoros más serios y ambiciosos que se han podido ver dentro de Radar en últimos años. No se lo pueden perder, si ya se perdieron de todo lo demás no tienen excusa para dejarlo pasar.



Conferencia Huey Mecatl / Domingo 21 de marzo, 12:00 hrs. / Auditorio Gustavo Baz del Antiguo Palacio de Medicina / Entrada Libre


Huey Mecatl / Domingo 21 de marzo, 16:00 hrs. / Zona de Islas, Ciudad Universitaria / Entrada Libre, Cupo Limitado

sábado, 20 de marzo de 2010

decisión, ebullición, minimalismo, sinestesia: cuatro horas de electrónica experimental en radar

Esta noche de Electrónica Experimental de Radar fue, por mucho, la más intensa de las muchas que hemos visto pasar. Pudimos ver proyecciones del tamaño de un muro acompañando sonidos electrónicos, instrumentos pasados por un proceso muy denso, una leyenda convulsionarse con su violín en el escenario y a un trío de franceses generando un espacio completamente nuevo. Duró 4 horas, y no fue fácil soportar tantas experiencias de un solo golpe (algunos sólo se quedaron a tres de las cuatro presentaciones). Una cosa sí es definitiva: el boleto valió cada peso pagado.






En una pantalla gigante (que llegaba hasta el segundo piso del Palacio de Medicina), Jorge Haro presentó una sesión de video y sonidos electrónicos generados al mismo tiempo. Una línea roja al centro de la pantalla se iba deshebrando conforme el sonido iba abriendo espacios más y más grandes, posteriormente veíamos vistas de ciudades (Lisboa, Huelva), formas geométricas que se iban agitando con el sonido. Con la responsabilidad de maniobrar en vivo un sonido que responde al video y viceversa, lo que más llamó la atención de la presentación de Jorge Haro fue cómo, mediante una serie de decisiones, construyó su set de una forma poco usual para un artista tan electrónico como él. Un lugar común para algunos músicos que basan su trabajo en sonidos electrónicos, con o sin video, es que suelen abusar de la naturaleza de estos sonidos y en sus presentaciones los extienden durante horas, nunca hay silencios propiamente dichos porque no están componiendo como tal, sino improvisando a partir de una idea más ligada a las herramientas que usan, de lo que se puede hacer, que a una idea musical, así, en este tipo de artistas solemos escuchar un sonido continuo matizado por varios minutos. En el caso de anoche, mientras Jorge Haro tocaba, si necesitaba detener de tajo lo que estaba sonando y pasar a otra cosa, lo hacía, dejando un gran espacio de silencio entre partes, cediendo lugar para lo que seguía; muchas veces uno podía pensar que había terminado, sólo para verlo regresar a un bloque de sonido totalmente distinto de lo que estaba haciendo. Este tipo de decisiones tan sólidas son raras en la música electrónica, Jorge Haro no trataba de matizar, de hacer que un sonido sonara más interesante, sino que generaba lo que estábamos escuchando allí mismo; uno esperaría de un músico tan fuertemente electrónico un concierto difuso y sutil, pero Jorge Haro presentó un conjunto de decisiones que, de hecho, no necesariamente facilitaban la escucha, sino que la hacía algo más pausado, profundo.

De las cuatro, la presentación de Burkhard Stangl y Angélica Castelló fue, definitivamente, la más espesa y difícil de escuchar. Con guitarras, una flauta de pico de casi dos metros y mucho –pero mucho- procesamiento eléctrico, escuchar a Castelló y Stangl fue como estar dentro de una cacerola que hervía tan lentamente que nadie se dio cuenta de en qué momento todo entró en ebullición. Y lo que más facilitó esta sensación fue lo complicado de descifrar la fuente de toda la avalancha de sonido que provocaron. Aunque eran visibles las guitarras de Stangl y la flauta de Castelló, la variedad de sonidos que generaban a partir de sus instrumentos se multiplicaban a la ene potencia cuando pasaban por pedales, switches y cables. Mientras el sonido iba creciendo como bola de nieve, uno volteaba a ver lo que estaban haciendo y, al no encontrar un referente más o menos claro (uno sólo veía a Stangl, sentado con su guitarra en las piernas manipulando dispositivos en la mesa y a Castelló abrazando su flauta), el sonido, desprovisto de una imagen obvia, se hacía más difícil de sostener. Por un lado, las guitarras de Stangl llegaban a sonar un par de veces, sólo para llegar a los oídos del público como una bruma que nadie sabía en qué momento se volvió tan concentrada; a veces uno podía ver a Stangl actuar rápidamente sobre su guitarra, yendo de un lado a otro de la mesa y uno simplemente no sabía si le estábamos siguiendo el ritmo o si él ya estaba en otra cosa, mucho más adelantado. Aunque quizá lo más complicado de seguir fue a Castelló, quien hacía todo tipo de ademanes sobre su flauta, susurrando sobre ella, envolviéndola con masking tape, tocando su base con un arco de violín, marcando ritmos con la voz, que poco a poco se iban haciendo parte del entramado y se iban perdiendo, sumándose a una experiencia de sonido que, por momentos, se hacía verdaderamente abrumadora, envolvente. Creo que fue de lo más memorable de esta presentación: ver a Angélica Castelló tratar tan sutilmente a su flauta y provocando un alud que nadie se imaginaba. Cuando terminaron, Stangl y Castelló fueron aplaudidos y ovacionados por un público que, simplemente, no supo qué lo golpeó tan fuerte sin que siquiera se diera cuenta.

Tony Conrad, como bien apunta Carlos Prieto Acevedo en el programa de mano, “bien podría ser una institución de la experimentación minimalista norteamericana si no fuera por el hecho de que a sus 70 años de edad continúa desbordando, con la ingobernable potencia de su violín, los límites del espacio, de la audición y de las categorías musicales”. A Conrad le bastó armar un escenario sencillo y modesto para sacudirnos a todos: un foco en el piso como única fuente de iluminación y una manta blanca que cruzaba de extremo a extremo el Palacio de Medicina sobre la que se proyectaba su silueta, con una maleta pequeña en la que seguro cabrían su violín, su pedal y lo que parecía ser un discman con el que reproducía una base sobre la que tocó. Eso era todo lo que esta leyenda de la música de los últimos 40 años necesitó para volver loco a todo el público. Conrad, con pantalón blanco, camiseta y sombrero, prendió su discman (escuchábamos el beep del aparato mientras arreglaba algunos detalles antes de empezar), tomó su violín y comenzó. Conrad prolongaba notas de su violín mientras casi bailaba sobre el escenario, revoloteando sobre el foco que había colocado. Sólo podíamos ver su silueta, sin embargo, por algunos momentos (muy pocos), se podía ver la cara de Conrad, que esbozaba una sonrisa como de poseso, aterradora, mientras hacía los movimientos más extraños al tocar su violín. De repente, se acercaba a su pedalera, la accionaba y trabajaba sobre un loop de violín grabado en el momento, así fue construyendo su presentación por poco más de treinta minutos, con violín en vivo sobre loop sobre una grabación, con movimientos que pondrían nervioso a cualquiera, con un pequeño salto que apenas se alejó del suelo. Conrad, cuando terminó, lo hizo de golpe, apagó su discman, apagó el loop y dejó de tocar. Ante el aplauso y los gritos interminables del público, Tony volvió al escenario y se limitó a decir: “Minimalism, minimalism”. Si se perdieron de esta presentación tan espectacular, se pueden hacer hacer una pequeña idea de lo que vino a hacer Tony Conrad y de por qué se ganó a todo el público, escuchando este mp3 en loop tanto tiempo como puedan.


Todos aquellos que desconfían de las presentaciones de música experimental que utilizan el video o que recurren al trillado pretexto de “explorar la relación entre la imagen en movimiento y el sonido”, vieron (y escucharon) como la Cellule d’Intervention Metamkine vino a cerrarle la boca a todo el mundo. En una oscuridad total, cerca de la medianoche, Metamkine, con Auger, Noetinger y Querel, generaron una atmósfera de la que todos nos enteramos por videos o mp3’s, de la que todos leímos, pero que sin duda ninguno de los asistentes nos esperábamos. Era fácil imaginarse un montón de proyectores diseminados por el patio del Palacio de Medicina, pero la experiencia real de ver estas imágenes en filme de 8 y 16 mm fue gigantesca, desde la textura, el movimiento del proyector. Con una experiencia del tipo que resultó Metamkine resulta irrelevante describir las imágenes que usaron, los sonidos que escuchamos. Si vimos imágenes semi-abstractas (que por momentos recordaban células, mapas, líquidos en vista microscópica, paisajes apenas sugeridos), proyecciones de sombras del público y sus integrantes, refracciones de luz o la mano puesta frente al proyector, eso no importaba. O si la cantidad de sonidos que escuchamos, provenientes de Jérôme Noetinger, sentado en el piso, era infinitamente mayor a la que nos hubiéramos imaginado cuando vimos los aparatos que utilizó: discmans, cassettes, un pequeño teclado análogo, cables; en resumen, dispositivos de procesamiento sonoro absolutamente análogos ( nadie vio una sola computadora durante su presentación), y no obstante, eso tampoco fue lo más relevante; lo increíble, lo verdaderamente sobresaliente de Metamkine era la precisión con la que unían estos dos elementos, sonido y cine, en una idea más que clara de la palabra sinestesia. Focos que parecían estallar, momentos en que todo se iluminaba en el escenario a nivel de suelo, sólo para regresarnos a la oscuridad de repente, sonidos muy muy fuertes, imágenes que se adecuaban al ritmo cambiante del sonido, todo eso mientras las tres proyecciones se sincronizaban. No estamos hablando de adecuar los tiempos de tres videos, no, sino de editar, de entender la construcción de sonido e imagen como una sola cosa, y cuando eso ocurre, y definitivamente ocurrió anoche, no se necesita “sincronizar” tiempos, sino maneras de construcción. Mientras parecía estallar una bocina (literalmente), la imagen parecía incendiarse lentamente, mientras el sonido se iba apagando, la imagen se iba apagando. Cuando terminaron, con un silencio y una oscuridad sepulcral, regresamos a la realidad (con las voces del público y la iluminación del Palacio de Medicina), y pocos lo creímos. Anoche, sin pensarlo mucho, Metamkine construyó todo un escenario distinto, en el que muchos flotaron o se sintieron abrumados, en el que nadie pensó que iba a entrar.




Y hoy en Radar hay jornada no doble, sino triple: Huey Mecatl hace su cuarta aparición en Radar a las 4pm en Ciudad Universitaria, Tony Conrad dará una conferencia en el MUAC y, por fin, para todos los que los han esperado por años, Boredoms, la leyenda del japanoise y la música experimental en todos sus campos, a lado de otra leyenda, KK Null y de Fat Mariachi, los mariachis-performanceros-músicos más extravagantes del festival, se presentan en el Lunario del Auditorio Nacional en la que es, definitivamente, la noche que más expectativa ha causado en Radar. Es ahora o nunca, si van a ir, es hora de buscar boleto de una buena vez, y quienes se queden fuera definitivamente se estarán perdiendo de un concierto memorable, uno de los que definitivamente serán de los más recordados de todo el año. Vayan a ver a mariachis transgénero destrozar el escenario con toda clase de suertes, a un japonés procesando infinidad de sonidos en vivo y a una leyenda de la música japonesa de los últimos años tocando en una alineación por demás particular: cuatro baterías y una guitarra modificada de 7 mangos. Nos vemos todos en el Lunario en la noche!




Huey Mecatl / Sábado 20 de marzo, 16:00 hrs. / Zona de Islas, Ciudad Universitaria / Entrada Libre, Cupo Limitado


Conferencia Tony Conrad / Sábado 20 de marzo, 18:00 hrs. / MUAC / Entrada Libre, Cupo Limitado


Boredoms | KK Null | Fat Mariachi / Sábado 20 de marzo, 20:30 hrs. / Lunario / $400

viernes, 19 de marzo de 2010

Eva Zöllner en el Anfiteatro Simón Bolívar


Se terminó el ciclo Kagel, y lo que más debemos señalar de la entrañable presentación de Eva Zöllner en el Anfiteatro Simón Bolívar es el programa. De nuevo, como en el Ciclo Kagel 1, se trató de un rango muy amplio de piezas. Para empezar, la obra de Kagel. Episoden, Figuren, para acordeón solo, muy probablemente la obra de Kagel que más llamaba la atención, sobre todo por poderla escuchar de manos de Zöllner, fue una pieza que la mayor parte del tiempo podríamos considerar, como bien anota el programa de mano, como una de sus obras puras. A través de momentos bien diferenciados entre sí, Episoden, Figuren se construía como una serie de bloques que, pese a su solidez, se iban entretejiendo entre sí (a veces parecía que la pieza se cortaba y que se iba a terminar ahí, sólo para ser retomada de repente y continuar el fluir de la pieza). Por otro lado, General Bass, para cualquier instrumento bajo y sonidos instrumentales continuos en la versión de acordeón de Eva Zöllner nos presentó al Mauricio Kagel que se tomaba el tiempo de preparar cambios mínimos que, no obstante, cambian radicalmente nuestra concepción del sonido. En su primera versión, Zöllner se sentó con su acordeón detrás de un biombo negro, en donde producía todo tipo de sonidos de viento de los que no podíamos identificar su fuente. Posteriormente, la única diferencia sustancial que mantenía la segunda versión con la primera era la ausencia del biombo y el poder ver a Zöllner manipular todo tipo de juguetes, como armónicas de plástico, flautas, mini saxofones, silbatos, matracas o armónicas miniatura. Esta capa aparentemente fútil e irrelevante, la de poder ver o no al intérprete e identificar las fuentes que producen el sonido, produce, como ya mencioné en posts anteriores, una redimensión de la experiencia musical (y eventualmente sonora).



Cuando Zöllner terminó de tocar la segunda versión de General Bass se me ocurrió algo que, de hecho, ya se había mencionado en la proyección de Ludwig van de boca del propio Kagel: aunque en este ciclo se contó con intérpretes sobresalientes, capaces de llevarse la noche tan sólo con su trabajo en el escenario, mientras aplaudíamos a Zöllner después de General Bass realmente estábamos aplaudiéndole a Kagel. Esto suena burdamente obvio, lo sé (y no se trata en lo absoluto de aminorar el trabajo de Zöllner), sin embargo, creo que lo increíble con Kagel es que todo su trabajo está hecho para que hable sólo, para que el sonido y su caos se muevan por sí solos. El énfasis tan especial e insistente que ponía a la interpretación como una capa que también debía leerse para comprender la pieza, realmente no hacía más que acentuar esta casi independencia del sonido del intérprete; cuando el lego ve a Theodor Ross tirando piedras en una cubeta llena de agua o a Eva Zöllner tocando un saxofón de juguete comprado en Waldo’s, lo primero que uno piensa, erróneamente, es que cualquiera, incluso uno mismo, puede hacerlo. Kagel vulneraba a grados casi ridículos el papel del intérprete. Con Kagel, podemos pensar en el sonido como algo que tiene vida propia. Solemos decir que el intérprete es algo así como el canal a través del cual se mueve el compositor, pero cuando uno escucha, ve y lee sobre las obras de Kagel, uno más bien podría acotar estos filtros y decir que el compositor argentino era el mediador para domar al caos del sonido cotidiano, y que el intérprete, aquel que se comprometía con una obra tan intelectualmente exigente, lo facilitaba al escucha, se comprometía a hacerlo aparecer una vez más. En Ludwig van, Kagel dice que Herbert von Karajan dirige a los músicos, no a la partitura, y creo que ese es el tipo de anotación que solamente Kagel podría haber subrayado, porque era uno de los muy pocos músicos que tenían esa necesidad.



Por otro lado, La Suplicante, de la compositora mexicana Ana Lara, casi se robó la noche. Sin electrónica, objetos, expresiones faciales ni nada de lo que distinguió esta segunda parte del Ciclo Kagel, la pieza de Lara, de movimientos lentos y muy pausados, como una especie de proceso de respiración amplificada, abrió espacios de una manera muy sólida; para ejemplo, recuerden las piezas del segundo concierto del Ciclo Grisey el año pasado, que generaban espacios igual de amplios pero que por su increíble levedad parecían estar al borde del desmoronamiento, como cuando uno estira un hilo y no sabe en qué momento se va a deshacer. Con esta solidez del sonido, en la que creo tuvo mucho que ver el instrumento, la pieza de Ana Lara simplemente nos devolvió a la tierra lentamente. Cosa contraria a la pieza de Gordon Kampe, Das Barcklay Syndrom oder der rote Kreis, en la que episodios contrastantes se movían a ritmos poco predecibles, sólo para separarse más cuando Zöllner pisaba unos objetos en el suelo que emitían chillidos como de juguete de perro. Y es que, el programa en general fue particularmente pausado y meditativo, de manera que la obra de Kampe vino como para volver a generar el caos que la pieza de Lara había controlado por un momento.



Para terminar, Ludwig van, pieza independiente de la película proyectada un día antes, incorporaba pedazos de partituras de Beethoven dobladas y desordenadas, en esta versión con Zöllner en el acordeón, Alexander Bruck en al viola y Juan José Bárcenas en la electrónica. Por momentos, pareciera que reconocemos al ídolo de Bonn, sin embargo, rápidamente se torna un pastiche rebuscado en el que la figura del compositor alemán se va haciendo más y más floja, hasta el grado de caerse (por momentos, escuchamos animales sobre su música). Si bien Ludwig van es independiente de la película del mismo nombre, es difícil no ver los mismos objetivos que Kagel se había propuesto en ella: cuestionar el uso de la música de Beethoven, la pertinencia de la música en el mundo y el condicionamiento de los escuchas.






Y con esto se termina el Ciclo dedicado a Mauricio Kagel y empezamos con las presentaciones de electrónica experimental, avant-rock y proyectos multimedia. Y hoy, a las 20:30 hrs. en el patio de la Antigua Escuela de Medicina tendremos la que, para muchos, es la noche más esperada de todo Radar. Se trata de una noche con cinco músicos que abarcará todos los campos. Por un lado, Jorge Haro y su trabajo completamente electrónico, que incorpora video y un trabajo sumamente cuidadoso de ubicación y procesamiento del sonido (quien dará una conferencia unas horas antes); posteriormente, Angélica Cstelló y Burkhard Stangl, quienes en una sesión de flauta de pico, guitarra eléctrica y procesamiento electrónico darán prueba de por qué son dos de los nombres más mencionados de la escena experimental austriaca. Después, el mítico Tony Conrad, una figura clave para comprender la música experimental estadounidense desde los años sesenta a la fecha, y para terminar, la Cellule d’Intervention Metamkine, un proyecto que ha levantado toda clase de expectativas por su trabajo de edición de filme y sonido en vivo, generando, literalmente, una película nueva en cada emisión. Si no se enteraron de cada uno de los artistas que se presentarán esta noche, den click abajo para más información, videos y mp3’s:


Jorge Haro


Angélica Castelló & Burkhard Stangl


Tony Conrad


Cellule d’Intervention Metamkine





Todavía quedan boletos media hora antes del evento directamente en la Antigua Escuela de Medicina; ¡no se pierdan de una noche que, sin más, prometemos será impresionante y que no dejará indiferente a ninguno de los asistentes! Trabajo totalmente electrónico, improvisación para guitarra, flauta y electrónica, un laboratorio de sonido y posteriormente todo un set de edición y proyección. ¡Nos vemos hoy en la noche!



Conferencia: Jorge Haro y Javier Piñango / Viernes 19 de marzo, 17:00 hrs. / Arteria / Entrada Libre, cupo limitado




Cellule d’Intervention Metamkine | Tony Conrad | Burkhard Stangl & Angélica Castelló | Jorge Haro / Viernes 19 de Marzo, 20:30 hrs. / Patio de la Antigua Escuela de Medicina / $200

jueves, 18 de marzo de 2010

Charles Gayle: “Cuando toco, lo hago como si quisiera atravesar el muro. Si el edificio sigue en pie cuando termino, quiere decir que hemos fallado”

Hoy Radar estuvo increíble. Sonará simplón, pero es muy cierto, y recuerden que hoy tocaba jornada doble: por un lado, la proyección de Ludwig van, la película más importante de Mauricio Kagel, y al finalizar, Charles Gayle en el Teatro de la Ciudad a dos cuadras de allí.


Ludwig van fue increíble, para todos aquellos que no la habíamos visto completa simplemente fue increíble, así. Como todavía pueden hacer algo al respecto si no llegaron (como buscarla en internet o pedirla en Amazon dando click aquí), resumo: en Ludwig van vemos a Beethoven, desde su propia vista, llegando a la estación de tren de Bonn, entrando a una tienda de discos viendo las ediciones de su música, entrando a su casa-museo y pagando su entrada, visitando los cuartos, revisando una bañera llena de bustos de él, entrando a un cuarto plateado, viendo cómo Joseph Beuys se pasea en el patio con un vaciado de su rostro, revisando discos de músicos posteriores a él (entre ellos, un disco de Karl Marx), viendo su imagen en objetos, persiguiendo a músicos en un barco. Hasta la primera mitad, la película parece estar bajo control, sin embargo, poco a poco todo se vuelve un caos gigantesco: vemos al único descendiente de la familia Beethoven clamando autenticidad por su parecido con los bustos de yeso, vemos una reconstrucción de su cráneo y sus costillas, vemos animales, pero eso es lo de menos: la banda sonora, una versión posesa de Beethoven que oscila entre la carcajada y el miedo, suena –y fuerte- durante toda la película. Quizá el momento más interesante de la película es la mesa redonda en la que se discute si con las conmemoraciones se está haciendo daño a Beethoven, si el mundo le debe algo a Beethoven o viceversa, si es posible apreciar su música aun después de un aniversario como ese. Con esta sección de teoría (aparentemente trivial pero muy densa) se revisa a fondo el meollo de toda la película: el uso, pertinente o no, de la música en la sociedad. Mientras vemos las escenas de todo tipo, la música de Beethoven suena ridícula, totalmente fuera de lugar, lo que no es distinto de escuchar toda clase de situaciones acompañadas de música para suavizar esos silencios (ya Erik Satie había denunciado la necesidad de una música hecha específicamente para llenar esos huecos). Beethoven llega a Bonn sólo para encontrar que él es la figura turística y comercial más importante de su ciudad natal. Compositor importantísimo, sí, pero en Bonn, Ludwig van Beethoven no era más que un souvenir, en forma de busto de yeso, de cuchara, de broche, de disco, de monumento, de casa-museo, de cualquier cosa. Lamentablemente, todo esto no sirve de nada si no pudieron ver la película, y por eso corto aquí. Para los que, para variar, no llegaron a tiempo, aún pueden ver fragmentos de Ludwig van y otras películas de Kagel haciendo click aquí.


Pero Charles Gayle…


Michael Wimberly, Charles Gayle y Larry Roland


Charles Gayle, simple y sencillamente, se dedicó a derrumbar, piedra por piedra, el Teatro de la Ciudad. Un sencillo y aparentemente endeble Charles Gayle, acompañados de Gary Roland y Michael Wimberly, entró al escenario y lo agarró a golpes, para delicia del público (que, como siempre, dejó muchos asiento vacios). Empiezo por lo que más recuerdo de todo el concierto: Charles Gayle logra una fluidez en música que simplemente es difícil de encontrar en otros músicos de free jazz. Lo que Gayle hace, sí, como ya habíamos dicho, es monstruosamente áspero, rasposo, sin embargo, Gayle es capaz de ponerle frac y un moño a un sonido tan frenético y hacer que pase por dandy. Aunque su sonido es absolutamente agresivo y difícil de tragar, la naturalidad con la que toca hace que el tiempo pase rápida y elegantemente hasta para aquellos a los que no les gusta el free jazz. Gayle, en su saxofón, tocó rápida y arrebatadamente, terminando cada pieza como si de repente se les hubiera dado la gana dejar de tocar y entrar en otra cosa, así, de golpe, en seco. Y aunque Gayle le robó el corazón a todos sin excepción, el público se encontró con un Larry Roland tocando el contrabajo a veces casi con guantes y otras veces completamente desenfrenado y con un Michael Wimberly imponente, brutal, pesado, hosco, maravilloso en la batería. Cuando uno se sentía avasallado por el sonido que provenía del escenario, uno podía dedicarse simplemente a ver a Gayle tocar y no era menos impresionante: con sus más de 70 años, Gayle tocaba frente al micrófono a veces, otras alejándose, a veces totalmente inmóvil, otras subiendo y bajando, caminando por todo el escenario, como inspeccionando la construcción de algo, sin soltar para nada su saxofón, caminando muy lentamente. Tuvo que pasar casi una hora para que tomara el micrófono y nos hablara. Aunque esto sonará sumamente cursi, en la voz de Gayle uno notaba, de inmediato, un amor por lo que hacía del tamaño de todo el teatro (Gayle, a la fecha, todavía sale de repente a tocar a la calle). Hablaba entrecortadamente, con pausas, como si no supiera que todos estábamos entendiendo de lo que hablaba. Disfrutaba de estar aquí. Pero eso no es todo: un músico puede regresar al escenario y tocar un encore y dar por terminado su show, sin embargo, los encores de Gayle, para ser exactos los dos encores de Gayle, duraron una eternidad. El concierto estaba programado para durar ochenta o noventa minutos, y salimos a las dos horas, aún aplaudiendo para que se animara a salir una vez más: “No sé si vayamos a tocar otra, sólo sabemos tocar cinco canciones, no nos sabemos más”. Por momentos, incluso parecía que Roland y Wimberly estaban más cansados que el propio Gayle. Y lo mejor de los encores es que, como todo jazzista que toca un encore, Gayle aparentemente se limitaría a tocar un standard, Giant steps, sin embargo, en menos de lo que uno esperaría, las melodías reconocibles empezaban a dar vueltas y se transformaban en cualquier otra cosa, hasta que nadie recordaba cómo empezó. Como todas las sesiones de improvisación de Radar, esta fue memorable, emotiva y monumental al mismo tiempo (recuerden años anteriores). Y, como siempre terminamos diciendo, se lo perdieron.

Pero bueno…



Pero hoy jueves es la última parte del ciclo dedicado a Mauricio Kagel, el concierto de la acordeonista alemana Eva Zöllner, en el que interpretará piezas de Mauricio Kagel, Rodrigo Sigal, Ana Lara y Gordon Kampe. El concierto del domingo fue espectacular, así, fuera de todo lo que esperábamos, y muchos se lo perdieron. No se vayan a perder de la última oportunidad de escuchar piezas de un compositor poco programado por estas geografías, y en manos de una intérprete excepcional en el Anfiteatro Simón Bolívar. Aún quedan boletos a la venta media hora antes del evento, ¡nos vemos allá!


Para ver el post de Eva Zöllner, con información, videos y mp3’s, den click aquí.

¡Ah, y no olviden, para los que se quedaron fuera, que la tercera presentación de Huey Mecatl será este jueves a las 2 de la tarde en Ciudad Universitaria!



Huey Mecatl / Jueves 18 de Marzo, 14:00 Hrs. / Zona de Islas, Ciudad Universitaria / Entrada Libre, Cupo aproximado de 250 Personas

Ciclo Kagel 2: Eva Zöllner / Jueves 18 de marzo, 20:30 Hrs. / Anfiteatro Simón Bolívar / $150

domingo, 14 de marzo de 2010

Con un concierto como el de Wilhelm Bruck y Theodor Ross muchos pensamos que Radar ya había terminado y eso que apenas está comenzando



Ok, es muy simple: si no asistieron hoy al primer concierto del ciclo Kagel en el anfiteatro Simón Bolívar, entonces lo echaron todo a perder y ya se les fue un recital que valió por lo menos la mitad de todo Radar. En serio, el concierto de hoy fue simplemente increíble, Wilhelm Bruck y Theodor Ross (con Alexander Bruck como músico invitado en las piezas de Kagel) desarrollaron un programa que, sin exagerar, fue uno de los más sólidos y completos de todos los recitales que ha habido en Radar (que en lo particular me recordó el de Christopher Redgate en 2005, que incluía obras de Stockhausen, Baca Lobera, Holliger y también Kagel). Quiero empezar precisamente por ahí: una de las cosas que más me llamaba la atención antes del concierto era el programa, todas las piezas resultaban sumamente atractivas. Primero: poder ver una obra para guitarra de Scelsi (a quien se le dedicó uno de los ciclos más intensos de todo Radar hace unos años) ya prometía y mucho. Segundo: el interés por escuchar Salut für Caudwell de Helmut Lachenmann no sólo radicaba en que se trata de una pieza monumental, una de las más importantes para guitarra del siglo XX, sino que la grabación de Bruck y Ross, sus dedicatarios, ha recibido cantidad de reconocimientos; con esto, no se trataba de escuchar una pieza interesante interpretada por dos grandes ejecutantes, sino de la única y mejor interpretación que se podía obtener de esa obra. Y lo mismo podía decirse de las piezas de Mauricio Kagel, con quien los guitarristas trabajaron de cerca y a quienes dedicó varias de sus obras. Todas y cada una de las piezas ya eran pretexto suficiente para asistir.


La pieza de Giacinto Scelsi, Ko-Tha (I & II), ejecutada por Wilhelm Bruck, utilizaba a la guitarra como instrumento de percusión. Lo más increíble de esta pieza es que a pesar de tratarse de un instrumento remoto en Scelsi (o precisamente por) y de ser interpretado como fue, mantenía los elementos más característicos del compositor italiano. Las disonancias, lo intenso de alternar momentos en que se sostienen sonidos casi sordos con una insistencia extraña (con esa terquedad constante que por momentos pareciera ceder sólo para regresar con más obstinación) con otros más dispersos y violentos, todo eso estaba en Ko-Tha. Uno podía preguntarse cómo se resolvería una pieza de Scelsi en un instrumento como la guitarra, y la respuesta fue un Wilhelm Bruck que, al verlo interpretar, parecía como si pasara por las cuerdas sólo de paso, en un momento sobrante entre golpe y golpe a la madera, pero en un estado de concentración como el que todas las piezas de Scelsi exigen.


Wilhelm Bruck interpretando Salut für Caudwell, de Helmut Lachenmann


Salut für Caudwell de Lachenmann representaba uno de los momentos más intensos de todo el programa. La pieza, que incorpora elementos no musicales de la interpretación de la guitarra mezclados con la lectura de fragmentos de un texto reducido a fonemas, abarca todo el rango imaginable para tocar una guitarra. No se trataba de utilizarla como medio de percusión precisamente, pero la pieza sí pasaba por partes tan delicadas que lo más con lo que uno se quedaba era con el rasgueo en todas las direcciones de las cuerdas, un ritmo tan fuera de lugar que hacía pensar en una pieza por momentos más bien percusiva. Siendo la única pieza a dos guitarras del programa, está de más hablar de lo que implica ver a los dos guitarristas al mismo tiempo. Más que recurrir al lugar común de la expresión diálogo entre músicos, al ver a Bruck y Ross ejecutando a Lachenmann uno más bien pensaba que se interrumpían con tanta precisión que ese ritmo complicado era lo que forjaba el flujo de la pieza. La pieza no permitió bajar la guardia ni un segundo, y en esta firmeza uno notaba a Salut für Caudwell como lo que era: un bloque tan sólido que requería pasar detenidamente por él para ir más allá de lo musical y entrar justo en el campo en el que Bruck y Ross se movían. Lo más increíble de este tipo de piezas (y esto aplica por igual a las de Kagel) es que a través de ellas uno logra entender y escuchar cosas que rebasan lo estético y lo musical y se insertan más en el territorio de lo artístico, y esto quedaría perfectamente ilustrado en la segunda parte del recital.


Mauricio Kagel tiene un enorme don para pensar en términos musicales elementos extramusicales

Karl H. Wörner, Stockhausen Life and Work, 1963


Wilhelm Bruck, Theodor Ross y Alexander Bruck interpretando Montage, de Mauricio Kagel



Sobre la interpretación de Soli aus exotica y Montage de Mauricio Kagel no hay mucho que decir salvo describir lo que pasó sobre el escenario. Piensen en cualquier cosa que pueda hacerse sobre un escenario para obtener sonido de alguna forma y Wilhelm Bruck, Theodor Ross y Alexander Bruck las hicieron todas. Soli aus exotica, escrita para instrumentos no occidentales, trajo al escenario todo tipo de instrumentos del mundo, sin embargo la tarde la hizo la ejecución de Montage: durante más de media hora sobre el escenario cayeron piedras, se pasaron maderas de mano a mano y después se lanzaron a un cajón (y las que no entraron fueron observadas hasta que se detuvieron completamente), se frotaron, inflaron y desinflaron globos, se golpearon bancos con sandalias de madera, se frotó un palo con guantes de cuero sobre un cajón de madera, se talló una partitura con la rotación de un motor, se habló a través de papel, se tocó un peine, se amplificó el sonido de un disco con una punta pegada a un cono de papel, se tocó una especie de perchero o rack con un arco de cello, se tocó un pandero con canicas, se tocó un acetato con un cepillo de metal, se golpearon tablas asidas a la mesa con prensas, se tiraron piedras a una cubeta de aluminio con agua, se giraron pajaritos amarrados a un palo, se tocó una guitarra con la hélice de un motor, se soplaron mangueras como gaitas, se giró una madera que generó sonido al rotar en el aire, se estiró un resorte con una lata, se tocó un clarinete. Ya desde que notamos todos los props al entrar al Anfiteatro Simón Bolívar sabíamos lo que se vendría. Bajo las indicaciones de la pieza de Kagel, Wilhelm Bruck y Theodor Ross montaron todo un laboratorio sobre el escenario que, con objetos ridículamente simples, nos abrieron los oídos y la cabeza al mostrarnos tantas maneras de producir sonido. Aunque de hecho, el sonido tenía que compartir créditos con el proceso que los generaba. En Kagel, los objetos y su uso sobre el escenario son igualmente importantes y deben ser leídos y escuchados como partes de un mismo resultado.



El ciclo dedicado este año a Mauricio Kagel apenas empieza, y continúa el próximo miércoles con la proyección de Ludwig van en Arteria. Al grano: por ningún motivo pueden perderse de Ludwig van. Si quieren, pueden olvidar que se trata de una faceta igualmente importante de la obra de Kagel, incluso se puede dejar de lado su escenografía o su reparto tan ecléctico (que incluye a gente como Robert Filliou, Joseph Beuys o Dieter Roth), pero, como tal, sea o no la película más importante de Mauricio Kagel, Ludwig van es un coctel increíblemente extravagante. Todos los interesados en el cine, la música o el arte que asistan se encontrarán con una obra absolutamente radical y novedosa que no dejará indiferente a nadie. Ya es difícil encontrar, en los lugares de costumbre, proyecciones de videoarte o de cine experimental de cualquier tipo, y la oportunidad de ver la película más significativa de un autor tan genial como lo fue Mauricio Kagel debe ser motivo suficiente para asistir.


Para ver fragmentos de Ludwig van y otros videos y filmes de Mauricio Kagel, click aquí.



Y eso no es todo para el miércoles: ¡toca la presentación del trio de Charles Gayle en el Teatro de la Ciudad! Sobre Gayle no diremos ya gran cosa, desde que se anunció su visita a la Ciudad de México en Radar la expectativa que se ha generado para los incondicionales de Radar o los devotos del free jazz ha sido inmensa. Sin embargo, sí es importante repetir lo mismo de cada año: las sesiones de improvisación y free jazz de Radar en el Teatro de la Ciudad siempre son de lo más memorable y desconcertantes (léase Bennink, Braxton, Frith o Lauren Newton), y en todas esas ocasiones muchos indecisos se quedan fuera por mera incertidumbre y se pierden de la oportunidad de ver a artistas raramente programados en México. Aún quedan boletos para ver a Charles Gayle en el Teatro de la Ciudad, no lo piensen más y vayan todos el miércoles.


Para quienes no se enteraron, lean más sobre Gayle, además de mp3’s y videos dando click aquí.



¡Y no olviden, para los que se quedaron fuera, que la segunda presentación de Huey Mecatl será el próximo martes a las 3 de la tarde!




Ciclo Kagel 3, Ludwig van / Miércoles 17 de Marzo, 18:00 Hrs. / Arteria / Entrada Libre, Cupo Limitado


Charles Gayle Trio / Miércoles 17 de marzo 2010, 20:30 Hrs. / Teatro de la Ciudad / $250, $200, $150, $100


Huey Mecatl / Martes 16 de Marzo, 15:00 Hrs. / Zona de Islas, Ciudad Universitaria / Entrada Libre, Cupo aproximado de 250 Personas

viernes, 12 de marzo de 2010

Huey Mecatl inauguró Radar en un concierto monumental pero íntimo, delicado pero también lleno de golpeteos y martilleos












Huey Mecatl abrió la novena edición de Radar hace unas horas en Ciudad Universitaria con una presentación tan fuerte, en serio, tan tan fuerte, que ya queremos que sea la siguiente. Primero, hay que anotar el enorme poder de convocatoria de esta pieza, se formó una cola kilométrica, de la que tal vez habrá pasado menos de la mitad (desde el jardín de la Facultad de Medicina hasta un costado de la Torre de Humanidades), la cantidad de gente que asistió, entre asiduos de Radar y curiosos que salían de clases, fue gigantesca, pocos eventos de Radar y de todo el Festival de México han generado tanta expectativa como este; por sus dimensiones, cierto, y también por que se trataba de un evento necesariamente de entrada libre. Pero calma, para los que no pudieron entrar o llegar, aún habrá otras presentaciones en la semana.











Ok, ¿qué fue Huey Mecatl? Se trató de una instalación de 10 contenedores dispuestos en dos pentágonos. El piso de abajo, con agujeros de casi dos metros de diámetro, servía como caja de resonancia, y el de arriba, como campo de acción donde se tensaban las cuerdas y estaban los 10 intérpretes, además de una soprano y un director extraordinario al centro de la pieza. En cada contenedor había una cuerda tensada de extremo a extremo, un intérprete frotaba la cuerda y el otro la tensaba en cierto punto para generar el sonido necesario. Se valió de todo tipo de recursos: cuerda frotada, pulsada, golpes directos al contenedor, martilleos, saltos, incluso voz. Todos estos recursos le agregaban varias capas a la pieza, hacían de la experiencia algo mucho más amplio de lo que pudiera parecer. Por ejemplo, el director al centro hace todo tipo de indicaciones, pero uno difícilmente las relaciona con lo que ve y escucha. Las piezas escritas para el Huey Mecatl son tan leves y tan profundas, tan concienzudas, que a uno le cuesta trabajo hacerse a la idea de todas estas capas, de cómo van construyendo la pieza, ¿recuerdan lo que decíamos en el post de Huey Mecatl, de que a pesar de tratarse de una pieza tan impresionante sus dimensiones no eran un factor gratuito sino que venían como una alternativa a una investigación sonora muy seria? Bueno, con todo y lo tremendamente lúdico que es, uno se da cuenta de hacia dónde va esta investigación desde el principio.










Un gran –pero gran- punto a recalcar del concierto de hace unas horas es que el público ahora sí se comportó a la altura. Quienes hayan ido a Les Percussions de Estrasbourg el año pasado recordarán que la gente de plano se puso a hablar por celular o que sacaron a pasear al niño en domingo (o un pequeño grupo en la entrada trató de dar portazo). La gente entró, los que no pudieron se quedaron afuera a ver el concierto por las proyecciones de video que se colocaron, nada de gritos ni desajustes., bien por eso.











Una cosa increíble de Huey Mecatl es que pasó por muchas cosas, se trata de un espectáculo que pudo convencer a muchos públicos. Por momentos uno escuchaba una marejada de cuerdas por todos lados, martilleos, pasos sobre la lámina, golpes con palos sobre el contenedor, sonidos que se iban agudizando poco a poco, en una cosa completamente (y aparentemente) lúdica, experimental, pero en otros la coordinación de las cuerdas en los contenedores y los tiempos te hacían olvidar que te encontrabas en medio de toda esta instalación monumental y que estabas escuchando una obra para cuerdas como cualquier otra. Huey Mecatl pasó de momentos de percusión totalmente caóticos a momentos de sonidos continuos a otros más musicales. Y no hemos hablado de la experiencia de estar dentro de la instalación. A diferencia de, por ejemplo, el concierto de Las Percusiones de Estrasburgo, el sonido no iba rodeando al espectador, como en 5.1 aquella vez, no: aquí lo envolvía, uno simplemente se sentía dentro de él, si uno giraba la cabeza era para identificar las fuentes, pero el sonido simplemente estaba en todas partes. Entre el metal que transmitía el sonido, la piedra del piso, la noche y el estar sentados a la altura de las cajas de resonancia, la experiencia fue completamente inmersiva.








Huey Mecatl se presentará otras cuatro veces en el transcurso de la semana. Si no pudieron asistir, no vayan a perderse de una experiencia como esta. Lleguen por lo menos una hora antes, piensen que aparte del público interesado de rigor hay que competir con todos los estudiantes que van a entrar. El cupo aproximado es de 250 personas dentro de la pieza. Se puede visitar la instalación aparte de los conciertos: impresos sobre los contenedores, hay mucha información sobre el proceso de construcción y las ideas de las que parte el Huey Mecatl.


















Radar 9




Huey Mecatl
México

Zona de islas, ciudad universitaria (entre la Facultad de Medicina y la Torre de Humanidades, Metro Copilco)




Martes 16 marzo, 15:00 hrs.
Jueves 18 marzo, 14:00 hrs.
Sábado 20 de marzo, 16:00 hrs.
Domingo 21 marzo, 16:00 hrs.




ENTRADA LIBRE CUPO LIMITADO


































Y mientras tanto, no olviden que este domingo 14 de Marzo inicia el Ciclo que Radar dedica al compositor argentino Mauricio Kagel con el concierto del dúo de guitarras de Wilhelm Bruck y Theodor Ross en el Anfiteatro Simón Bolívar. Se trata no sólo de dos músicos estupendos, sino de dos de los artistas que más se vincularon con Kagel en la elaboración y ejecución de su trabajo, además del enorme atractivo de poder ver en vivo una obra de Scelsi para guitarras y la ejecución de la colosal Salut für Caudwell de Helmut Lachenmann, interpretarán piezas como Soli aus exotica y Montage. Si todavía no se deciden, ya no lo piensen más. Aún quedan boletos y abonos Radar en las oficinas del Festival. Nos vemos en el Ciclo Kagel 1.






















Para los que sigan indecisos, pueden consultar información, videos y mp3’s del primer ciclo de Kagel dando click aquí.






















Ciclo Kagel 1: Dúo Bruck & Ross / Domingo 14 de Marzo, 13:00 hrs. / Anfiteatro Simón Bolívar / $150